Abstract:
Todo pueblo civilizado, o sea el que ha adquirido un estadio cultural avanzado, tiene sus héroes, sus símbolos y tradiciones que tratan de exaltar y robustecer la identidad nacional. Esos héroes pueden ser sus libertadores, o sus conductores sabios y prudentes, o, en fin, aquéllos varones o mujeres ilustres por sus hazañas o virtudes, cuyo desempeño histórico no sólo ha beneficiado al país o a una región, sino que representa su grandeza cívica y patriótica. Centroamérica, y concretamente El Salvador, tiene como su máximo líder, o más bien como al prócer supremo, no a un paladín que con sus proezas guerreras ha derrotado a sus enemigos o dominadores, sino a un hombre de virtudes sencillas pero firmes, a un sacerdote de genuina vocación cristiana y de comportamiento verdaderamente ético, a un ser amante tanto de los valores morales como de la sacrosanta libertad, que inspiró y dirigió a sus conciudadanos en la lucha por la independencia nacional. Ese varón, por mil títulos egregios, se llamó José Matías Delgado y De León, que como todo hombre superior que se ha impuesto a la mediocridad y a las pasiones, ha tenido no únicamente devotos seguidores, sino también ardientes detractores, pero que ahora, a dos centurias de haber gestado el primer intento de insurrección regional independentista, ha sido declarado, no sólo por la Asamblea Legislativa del Estado de El Salvador, sino por la expresión auténtica de la conciencia nacional, como el Benemérito Padre de la Patria.